Retrato
Ilustración: El poeta, de Macu Minuesa
Le gusta la música triste, que invita a llorar, y bailarla de noche, sin testigos. Sus poemas los escribe sólo en ciertos momentos.
Cuando me mira, al fondo de los ojos, puede hacerme temblar. Cuando le conocí, le veía reír por pocas cosas. Ahora, ríe y su rostro se distiende y las arrugas se difuminan, hasta que, de pronto, una sombra cruza por delante de sus ojos verdes, los nubla y se marcan en él las huellas del tiempo y las preocupaciones.
Acaricia sin descanso, con las manos, con la voz, con la mirada, besa sin imponerse y sus abrazos son capaces de curar cualquiera de mis dolores.
Cuando está parado, en la calle, esperando, mira al frente y guarda siempre las manos en los bolsillos.
Es oscuro, pero a veces se llena de luz, aunque yo prefiero perderme en su oscuridad. Tiene apego por un flequillo rebelde, que un día se escapó y que ahora lucha por volver.
Cuando le miro, desde lejos, en una habitación llena de gente, hablando con alguien, pienso que debería estar siempre ahí, donde yo pueda alcanzarlo, donde yo pueda mirarlo.
Se acuesta tarde y se levanta temprano. Se queja mendigando mimos como un niño pequeño. Sé que le atrae el mar para observarlo, y que el sol le hace daño.
También sé cómo encontrarlo si algún día lo pierdo, paseando sin descanso por las calles de Lisboa o acodado en la barra de algún bar del Soho neoyorquino. Hay cosas o frases que nunca olvida, y otras que desaparecen de su mente en un instante.
No sé qué cuadro le hubiera gustado pintar, pero sé que ya es capaz de contestar cualquier pregunta que sobre mí le hagan.
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Anónimo -